Cabeceaba pesarosamente sentada
en el asiento junto a la ventana del autobús, iba de camino a casa después de
un largo lunes en la oficina, cerré los ojos, 1 segundo, y fue cuando sucedió
todo…
Escuché un grito de mujer y un
fuerte estruendo, miré por la ventana y alcancé a ver como los negros bucles de
su pelo caían sobre la acera, era como si todo transcurriera en cámara lenta,
me bajé del autobús, mi parada estaba más adelante, pero pudo más mí…sentido
humanitario?, no, más bien curiosidad morbosa y me acerqué, estaba tendida junto a la calle,
el bolso con sus cosas había volado por los aires desparramando todo su
contenido, me agaché a recoger una foto que había caído a mis pies y era una
foto instantánea con restos de lápiz labial, era un niño, tendría unos 5 años,
pensaba en quién tendría la desgraciada tarea de decirle a esa criatura de
mejillas rosadas que su joven madre/hermana yacía sobre la acera de la 10 de
agosto con sangre brotando de su cabeza, me acerqué a ella, parecía dormir, no
tenía ningún rictus de dolor ni mucho menos en su cara, tendría poco más de 20
años, y era hermosa, hermosa como solo es la gente que no sabe que lo es, tenía
los ojos cerrados, el único movimiento que se veía a su alrededor era la sangre
que brotaba de su cabeza y teñía lentamente el
pavimento, me preguntaba de qué color tendría los ojos, si es que los
enormes ojos del niño de la foto también se verían en ese hermoso rostro que
yacía tendido en la calle.
Cien metros más adelante un
taxista iracundo despotricaba contra el policía de tránsito blandiendo su
identificación de la federación de taxistas en sus narices, defendiéndose, y
repitiendo una y otra vez: ella se cruzó! Ella se cruzó!
Pasaron los minutos, no sé decir
cuántos, hasta que llegó la ambulancia con su llanto lastimero, siempre he
pensado que la “banda sonora” de una desgracia es el sonido de una sirena, se bajaron dos paramédicos, eran de mediana
edad, tenían toda la urgencia de alguien que lleva años curtiéndose el ánimo
con cadáveres y accidentes, tenían en el rostro una expresión de hosca
preocupación aprendida con los años, se
agacharon la recogieron y la subieron a la camilla, las cosas parecían no ir nada bien, no le
pusieron oxígeno ni parecían llevar prisa, sus caras indescifrables no me daban
ninguna respuesta, se la llevaron en la ambulancia, la gente se dispersó, y me
acerqué a recoger las cosas del bolso de la chica que habían quedado,
obviamente el celular y el dinero habían desaparecido, entre chicles y llaves
buscaba algo, algo que me diga cuál es el nombre de la mujer que iba en la
ambulancia enfrentándose a su destino, algo que me indique como puedo
comunicarme con los familiares de la chica para informarles que había pasado
con su adorada, algún indicio de quién era para poder saber dónde debo entregar
la foto del niño cachetón con marcas de lápiz de labios, ensimismada en mis
pensamientos, con el corazón encogido con la empatía, que es mi don y mi
maldición, encontré un sobre, lo abrí con la esperanza de encontrar algún dato
de la bella durmiente, era unos exámenes de laboratorio, dos hojas, en
concreto, tenían manchas de humedad secas, como si algo hubiese goteado sobre
ellas desvaneciendo un poco la tinta de la impresión, tenían la fecha de ese
lunes gris, estaban todos los datos de la muchacha, los cuáles ya no recuerdo,
mi nublada mente solo puede pensar en los resultados obvios que a todas luces,
incluso, ante los ojos de una ignorante en medicina como yo estaban claros,
decía el primero: examen de embarazo: positivo, y el segundo: VIH: positivo.
..Nunca un “positivo” me ha
parecido más negativo…
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